LA GRANDEZA DE NUESTRA SALVACION
- Stephanie Amar
- Jul 16, 2019
- 6 min read
Updated: Jul 17, 2019

El representar a alguien o algo es una grande responsabilidad. Yo represento al seminario en donde estudie por tres años. No solo cuando fui estudiante, pero aun hoy que soy graduada. Yo tengo la responsabilidad de portarme como es digno de tal seminario. Los creyentes representan a Cristo Jesús y esto es una responsabilidad aún más grande.
El Apóstol Pablo les escribió a las iglesias de Asia para explicarles sobre la vocación de la iglesia y cómo vivir una vida digna de ella. ¿Qué es vocación? En la carta se refiere al llamado de Dios para ser parte de la iglesia, el Cuerpo de su Hijo. No hay privilegio más grande que este, pero también no hay responsabilidad más grande que esta.
¿Cómo podemos vivir dignos de este llamamiento? ¿Qué hay para ayudarnos? Un entendimiento apropiado de nuestra salvación producirá una vida digna de nuestra vocación.
I. El creyente debe entender la necesidad que teníamos de la salvación. Se nos olvida a veces de dónde nos ha sacado Dios. Pensamos “yo nunca hice cosas malas” pero la verdad es que cada hombre está en necesidad de algo que solo Dios puede darnos.
El hombre sin Cristo está muerto. Efesios 2:1 dice: “Y DE ella recibisteis vosotros, que estábais muertos en vuestros delitos y pecados,”. Estábamos espiritualmente muertos en nuestros pecados. Estábamos condenados, separados de Dios, no éramos sus hijos, no teníamos nada que ver con Él.
El hombre por naturaleza es desobediente. Efesios 2:2 dice: “En que en otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia:” El hombre por naturaleza vive una vida que no le agrada a Dios. Pablo dice que antes de ser salvos también nosotros vivíamos conforme al mundo, y bajo la potestad del Diablo. Éramos enemigos de Dios.
El hombre vive en las pasiones de su carne. Efesios 2:3 dice “Entre los cuales todos nosotros también vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, también como los demás.” El hombre se deja llevar por lo que él quiere, siente o piense sin pensar en Dios. El no piensa si ofende a Dios, solo quiere complacerse así mismo.
Nosotros debemos siempre recordar en qué condición estábamos antes de que Cristo nos salvará. Teníamos una grande necesidad. Al meditar en esto no deja ningún deseo en nosotros volver atrás sino consagrar nuestra vida a ÉL.
Estando muertos, lejos de Dios, viviendo en desobediencia, siguiendo nuestros propios deseos, Dios hizo algo grande en nuestra vida. Él nos salvó.
II. Necesitamos entender lo que Dios nos ha regalado en la salvación. ¡Nuestra salvación es grande! Dios hizo un milagro en nosotros al salvarnos. Por medio de Cristo fuimos justificados y nuestros pecados fueron perdonados. Nos hizo nuevas criaturas.
Dios nos ha dado su grande amor en la salvación. Efesios 2:4-5ª dice “Empero Dios, que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados,”. El amor de Dios es tan grande que aun siendo pecadores Él quiso salvarnos. Por medio de Jesucristo lo logró. El hombre que no tiene a Cristo en su corazón no puede comprender este amor porque nunca lo ha experimentado. El creyente sí lo comprende porque él vio el amor y la misericordia de Dios cuando fue salvo. También lo ve en su diario vivir.
Dios nos dio su amor en la salvación y también nos dio vida en Cristo. Nosotros que un día estuvimos muertos en nuestros pecados ahora hemos pasado de muerte a vida. Efesios 2:5b dice: “nos dio vida juntamente con Cristo; por gracia sois salvos;”. Así como Cristo murió, pero venció la muerte resucitando el tercer día, también el creyente muerto espiritualmente, en Cristo recibió vida eterna. El mismo Poder que resucitó a Cristo de la muerte es El mismo que da vida al pecador.
Dios al salvarnos nos hace sentar en lugares celestiales. Efesios 2:6 dice: “Y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús,”. Esto ya es un hecho. No es algo que pasará en el futuro. John MacArthur dice: “No solo el creyente está muerto al pecado y está vivo por medio de la resurrección de Cristo, sino que también disfruta de la exaltación de su Señor y comparte su gloria preeminente.” Nosotros pecadores ahora ya redimidos, hemos recibido una grande bendición. Nosotros somos coherederos de Cristo. Dios nos pudo haber dado un lugar junto con los ángeles y eso ya fuera más de lo que merecemos. Pero vemos
la grandeza de nuestra salvación y de la gracia de Dios que Él nos dio lugar con su Hijo.
Hermanos, le debemos mucho a Dios. Él dio a su Hijo para poder darnos esta salvación. Ahora nosotros, (la Iglesia), debemos ser agradecidos. Debemos vivir una vida digna de nuestro llamado por que Dios nos ha salvado. ¡Qué grande salvación!
Dios tuvo misericordia de nosotros aun siendo pecadores, y nos ha salvado; todo con un propósito.
III. Para poder vivir una vida digna de nuestra vocación necesitamos entender el propósito de la salvación. Muchas veces he escuchado gente decir “Dios tiene un propósito para tí” pero ¿Qué es ese propósito? ¿Qué propósito tuvo Dios para salvarnos?
Dios nos salvó para tener eterno testimonio de las riquezas de su gracia. Efesios 2: 7 dice: “Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” ¡Que hermoso! ¡Un día vamos a estar alabando a Dios por la eternidad por su gracia! Los ángeles no entienden esta salvación. Ellos no han experimentado la gracia de Dios. El hombre redimido sí. El hombre conoce la inmensa gracia de Dios y lo podemos alabar hoy y para siempre.
El propósito que Dios tenía al salvarnos es para darnos el don de la salvación. Efesios 2:8-9 dice: Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe”. Dios quiso regalarnos la salvación. ¿Cuántos de nosotros, antes de ser salvos tuvimos que salir y hacer buenas obras por un cierto tiempo y luego venir a Dios y decir “ahora si soy digno de la salvación”? ¿Nadie verdad? Dios por gracia nos salvó. No porque hicimos algo para merecerlo.
Dios también quiso salvarnos para que nosotros hagamos buenas obras. Efesios 2:10 dice: “Porque somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas.” Dios escogió a la Iglesia antes de la creación del mundo e igual preparó buenas obras para que ella las haga. Cristo quiere que Su iglesia lo represente con su vida, que sea obediente. “Una fe sin obras es muerta.” (Santiago 2)
Una vida que agrada a Dios es una que se vive conforme Su propósito, pues haremos Su voluntad y no la nuestra.
El Apóstol Pablo era el indicado de escribir esto a las iglesias de Asia. El fue un gran siervo de Dios. El dedicó toda su vida a la causa de Cristo. Pero, ¿por qué? ¿Qué era lo que motivaba a Pablo vivir una vida tan consagrada a Dios? ¿Qué ayudaba a Pablo perseverar durante persecución? Fue Cristo y la obra que Cristo había hecho en él. Fue la salvación que Pablo había recibido. Dios había salvado a este hombre que un día persiguió la Iglesia. Y había hecho un grande cambio en él, tanto que pudo decir que todo lo que él miraba valioso antes, ahora lo miraba como nada. Pablo quería que las iglesias en Asia tuvieran esta misma actitud, ya que ellas vivían entre el paganismo. Pablo quería que entendieran la vocación que tiene la Iglesia y que vivieran digna de ella.
Para poder vivir una vida digna de nuestra vocación debemos entender que aun cuando éramos enemigos de Dios, Él tuvo misericordia de nosotros salvándonos, todo con el propósito de vivir por ÉL.
¿Cuántas veces hemos pausado en nuestro día sólo para meditar lo que Dios ha hecho por nosotros? ¿Cuánto esfuerzo desempeñamos en nuestro servicio a Cristo? ¿Hasta dónde abarca nuestro deseo para consagrarnos a Dios? Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a apreciar esta hermosa salvación. Y que de ello produzca un grande deseo por vivir una vida digna de nuestra vocación.
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